Al aludir el término narrativa hago inmediata alusión a mi abuelita quién me contaba lo que, a su vez, su abuelita le platicaba en relación a la vida del pueblo durante el movimiento revolucionario. Las canciones de la época, la ropa, las costumbres, la vida de personjes cuyos nombres no se leen en la historicidad oficial, de bronce sino la historia anticuaria( Gonzalez, citado por Aguirre 2011), que nos transmiten los abuelos con tintes de emociones encontradas y que, sin perseguir ningún propósito educativo, atendíamos incondicionalmente maravillados ante la apopiación de los hechos, de los sentimientos de quien narra. Esta narrativa oral que,sin el fin último de aprender, me parecía más interesante. Ahora permanecen en mi memoria su voz, sus gestos y la emoción de ambas. Una por escuchar y otra por ser escuchada.
La narrativa escrita sin duda atrapa al lector quien, desde mi punto de vista, acude a ella por iniciativa propia, porque se ha enamorado de la trama que alguien le platicó, el título de la obra o del autor que se sabe de antemano es del gusto del lector.
Estas dimensiones del aprendizaje enriquecen el capital cultural y social de quien las practica o de quien tiene el interés de conocer.
Aguirre, Juárez Andrés, 2011. Introducción a la Historia de la Educación en México.1a Ed. México, p. 18.
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